Hades en mi camino

La muerte está cerca mío. Siempre está ahí, pero uno olvida que está presente mientras vive, pues precisamente es lo contrario a la existencia.
No le tengo miedo y no creo que sea algo de temer, porque cuando llegue mi momento no lo notaré. Tampoco me asusta el hecho de tener que dejar esta vida; si algo he aprendido con el paso de los años es que cada ciclo que termina, es para dar paso a otro mejor y no creo que cuando me vaya al mundo de Hades o donde tenga que ir, sea lo contrario.
Hace unas dos semanas, una persona con la que estuve los últimos meses muchas veces y que era un chico genial, murió en un accidente automovilístico. Me sorprendió, porque la semana anterior a su deceso estuve con él, conversando, riéndonos, tomando alguna piscola e incluso bailando y en ese momento, ninguno de los dos sospechaba siquiera lo que estaba por venir y ¿cómo hacerlo?, si estábamos ocupados en divertirnos, en sentirnos vivos y en compartir nuestras experiencias.
Luego de esto, canciones, programas de televisión y conversaciones con amigos daban vuelta al tema de la muerte y yo no podía sacarme de la cabeza la última imagen de él, su risa, su alegría y su energía tan positiva, que hizo que me acercara a él sin que pasara mucho tiempo (lo que es muy raro en mí, soy muy cerrada).
Cuando alguien se va, estamos preocupados de mantener los recuerdos intactos, como una forma de traerlos con nosotros a este mundo y de mantenerlos vivos, pero lo cierto es que ya no están.
El mundo sigue girando, el comercio sigue funcionando y las personas que pasan por tu lado, tampoco piensan en la muerte, es lo normal, pero yo no he podido de dejar de pensar en esa ironía de la vida.
Cuando muera, sólo espero que mis cenizas sean tiradas al mar y que mi familia mantenga mi presencia a través de los recuerdos, que me traigan con ellos de vez en cuando, para dar una vuelta y comprobar que está todo bien, todo tal cual lo dejé.