Reunión de curso
Nunca me gustó ser apoderada. Será porque nunca compartí muchas cosas con las personas que se sentaban al lado mío. Quizás porque mis primeras reuniones de curso fueron a los 19 años, cuando mi hija entró al jardín y todos los otros "papás" eran parejas por sobre los 30.
Cuando entraba a esa sala de clases sola y todos se daban vuelta sentía cómo mis pies se deshacían. Las miradas eran siempre curiosas y lo que me molestaba más eran esas caras que reflejaban la frase: ¡Pobrecita, se cagó la vida!. Lo irónico es que siempre fui más feliz que el promedio. Nunca me gustó ese adjetivo y menos cuando se lo otorgaban a mi "hormiguita", como la llamo. Por eso, me armaba de valor e iba a sentarme bajo las miradas horrorizadas, sólo para que ella tuviera una vida lo más normal posible.
Recuerdo esto porque ayer tuve un asado de curso del nuevo colegio de mi hija. Ahí estaban, más de 22 parejas de 40 años esperándome en una larga jornada. Estuve nerviosa, me dolió la guata toda la tarde, pero decidí no dejarme abatir por esto. Además, ahora era profesional, así que tenía un escudo y ya no era la "menor de 19" con hija de 3.
Al entrar, sonreí gentilmente, encontré todo rico y ayudé a poner la mesa. Justo en medio de los nervios cuando ponía los tenedores, la vi. Me miraba fijamente por la ventana que separaba el comedor de la sala de juegos. Me sonrió, con sus ojos y margaritas incluídas y desde ese momento nada más importó.
Tenía pensado quedarme 2 horas, pero me fui luego de 4. Después de todo... ¿Quién se puede negar a sus margaritas?
Cuando entraba a esa sala de clases sola y todos se daban vuelta sentía cómo mis pies se deshacían. Las miradas eran siempre curiosas y lo que me molestaba más eran esas caras que reflejaban la frase: ¡Pobrecita, se cagó la vida!. Lo irónico es que siempre fui más feliz que el promedio. Nunca me gustó ese adjetivo y menos cuando se lo otorgaban a mi "hormiguita", como la llamo. Por eso, me armaba de valor e iba a sentarme bajo las miradas horrorizadas, sólo para que ella tuviera una vida lo más normal posible.
Recuerdo esto porque ayer tuve un asado de curso del nuevo colegio de mi hija. Ahí estaban, más de 22 parejas de 40 años esperándome en una larga jornada. Estuve nerviosa, me dolió la guata toda la tarde, pero decidí no dejarme abatir por esto. Además, ahora era profesional, así que tenía un escudo y ya no era la "menor de 19" con hija de 3.
Al entrar, sonreí gentilmente, encontré todo rico y ayudé a poner la mesa. Justo en medio de los nervios cuando ponía los tenedores, la vi. Me miraba fijamente por la ventana que separaba el comedor de la sala de juegos. Me sonrió, con sus ojos y margaritas incluídas y desde ese momento nada más importó.
Tenía pensado quedarme 2 horas, pero me fui luego de 4. Después de todo... ¿Quién se puede negar a sus margaritas?